Enseñar es el mejor camino para aprender. Cuando uno enseña responsablemente, no enseña algo que no sabe. No enseña con palabras, no enseña con exigencias.
El tai chi, el chi kung, se enseñan con el cuerpo. Las palabras acompañan la comprensión. El cuerpo demuestra lo que quiere que otros cuerpos imiten. Si el cuerpo no sabe, no puede enseñar. Para esto, hay que saber muy bien los movimientos, comprenderlos profundamente, en todas su facetas desde la experiencia propia de haberlos realizados una y otra vez, cientos de veces.
Cuando el movimiento de tai chi es una experiencia me doy cuenta que no se puede enseñar con palabras. Aunque hablo en las clases, las palabras no son suficientes. Intento dar experiencias a las personas que se acercan a practicar. Llevarlos a la experimentación no-verbal de sus propios movimientos, no de su copia de los míos.
No me preocupa tanto la exactitud, la técnica, siempre hay tiempo para mejorar esos aspectos. Pero la experiencia es aquí y ahora, en este mismo momento en el que nos movemos en conjunto con el resto de la clase, hay que experimentar eso que estamos haciendo, lo que sea como salga.
El tai chi hace maravillas cuando la propia mente del practicante se lo permite. Si discutimos con el movimiento que estamos realizando, no nos estamos moviendo, estamos discutiendo. Por ello enseño a callar los pensamientos, a volver a la concentración en la respiración cada vez que la perdemos.
El cuerpo no solo es movimiento, también respira, siente, duele y satisface. El tai chi es toda esa experiencia: moverse, respirar al mismo tiempo, sentir lo que duele, sentir lo lindo que también aparece. Si la persona no logra respirar correctamente tampoco logra la experiencia. Si no logra sentir, no experimenta. Enseño todo eso, a respirar, a sentir. A veces no me sale o la gente no me presta atención.
Las mismas personas que practican son aprendizaje. Cada una me muestra una faceta de la vida ajena a mi realidad. Cada uno de nosotros percibe su propia realidad limitada, subjetiva. Mis alumnos son cada uno una realidad en sí mismos. Valoro su presencia, valoro la enseñanza que tienen para ofrecer, valoro su compartir.
Enseño desde el desafío de encontrar ese punto, palabra, movimiento exacto que le parte la cabeza a la persona que asiste a la clase y la deja pensando. Como no se qué va a lograr ese efecto sobre cada uno, pruebo y pruebo y pruebo, sin renunciar, sin esperar resultados.
Yo, enseñando el domingo en el parque. |
El momento de comprensión siempre llega y yo no tengo nada que ver en realidad. Yo ofrezco… alternativas, posibilidades de experimentar, palabras, explicaciones, espacios, tiempos. A la comprensión llega cada uno solo, recorriendo su propio camino.
Es gratificante ver como las personas han cambiado su vida para mejor. Eso siempre sucede.
Yo enseño pero no enseño a enseñar. Ja! No sé porqué!
El título no me importa, aunque agradezco los saludos por el día del maestro y del profesor que siempre surgen estos días. Gracias!