Después de publicar completo el artículo anterior sobre la práctica grupal me quedé con ganas de defender un poco los beneficios de practicar tai chi chuan individualmente. Una vez un profesor me dijo que yo necesitaba llevar el tai chi chuan a todos los aspectos de mi vida para que los beneficios se multipliquen. Practicar solo tiene mucho que ver con eso.
Al principio uno esquiva la práctica individual. Consciente o inconscientemente, cuesta ponerse a practicar en casa. Esta resolución implica muchas cosas: detenerse y salir de la vorágine diaria, a veces cambiarse la vestimenta, encontrar un espacio y un silencio en un lugar lleno de ruidos y sobre todo, estar con uno mismo. Y cuando finalmente empezamos a practicar, suena el teléfono.
Superado el primer paso, lo importante es hacer. No preocuparse por la secuencia de la forma, los movimientos, el qi gong; sino simplemente hacer lo que uno recuerda e intuitivamente el cuerpo va encontrando los movimientos adecuados para armonizarnos en ese momento. Al principio afloran sensaciones, pensamientos, que sólo son excusas para detener la práctica. Hay que continuar, dejando fluir las sensaciones para limpiarlas y canalizarlas adecuadamente y liberándonos de los pensamientos, soltándolos para que no regresen.
Un vez que adquirimos un poco de disciplina, comenzamos a practicar las formas y los ejercicios que nos apuntan en clase, comienzan a desarrollarse ciertos beneficios relativos a estar solo con uno mismo buscando intencionalmente la propia armonía. En primer lugar adquirimos seguridad: no importa si está bien o mal, eso se corregirá luego, pero estamos seguros de lo que hacemos, sin miedo a equivocarnos. Muchas veces, practicando en grupo nos dejamos llevar y los movimientos son inseguros, esperando a ver que hace el otro. Cada uno debe estar seguro del movimiento que ejecuta porque tal vez el que se equivoca es aquel al que estamos copiando.
Con la seguridad y la perdida del miedo, mejora la autoestima. Comenzamos a progresar en la práctica y surgen dudas. Vamos a la clase con estas dudas y aceptamos entonces que no sabemos todo, que hay movimientos que olvidamos, secuencias que no están claras y pedimos ayuda para continuar.
Y luego cuando todo está más o menos claro, cuando no hay que practicar para recordar, sino para disfrutar, nos encontramos con nosotros mismos. Encontramos nuestro propio equilibrio interno en la práctica del tai chi chuan. Empezamos a ver que dependiendo de nuestro estado de ánimo surgen distintos movimientos para ejercitar. Hay días que no necesitamos tai chi, otros días, necesitamos sesión doble. A veces, mucho movimiento, otras, posturas estáticas y meditación.
Sólo cuando ésta práctica individual surge de una necesidad interna y se materializa en 30 minutos dos o tres veces por semana (por lo menos) es cuando nos podemos considerar “practicantes de tai chi chuan”. Es así como comenzamos a llevar el tai chi a otros aspectos de nuestra vida. Si nos quedamos con la clase de tai chi chuan que tomamos con el instructor, podremos decir “tomo clases” y nada mas. Y es como pararse en una puerta abierta, ver mas allá pero no avanzar porque el escalón que hay que subir es muy alto y cuesta mucho.
Así como la práctica grupal esencialmente nos ayuda a relacionarnos en todos los ámbitos con otras personas, la práctica individual nos enseña a relacionarnos con nosotros mismos. A reconocer nuestros límites y a descifrarnos en cada momento.
Sinceridad con uno mismo y caminos propios, sin recetas ajenas, para sentirnos mejor, es lo que encontraremos a través de la práctica individual.