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29.3.11

Llenarse de uno mismo y salirse por los poros

Pararse de manera estable, con los pies separados el ancho de la cadera. Apuntar con la coronilla hacia el cielo para que toda la columna se alinee. Bajar los hombros, mentón paralelo al piso, nariz en línea con el ombligo. La mirada hacia el horizonte o, al estilo zen, 45 grados a la tierra.

Imaginar un gran árbol frente de uno, cerca, muy cerca. Tan cerca que puedes oler el aroma del tronco. Tan grande que tapa tu visión.

Abraza el árbol.

Siente el cuerpo abrazando el árbol. Hazte presente.


Cuando estamos presentes en nuestro cuerpo, muchas veces somos como una persona pequeña dentro de una vasto mar. ¿Cuánto espacio ocupa tu presencia en tu cuerpo? Somos un punto, muchas veces un nudo… en la boca del estómago, en el centro del pecho, en medio del cerebro. Con suerte, somos una pequeña esfera en el dantien.

Abraza el árbol buscando que toda tu presencia lo haga. Expándete dentro tuyo hasta estar presente en las yemas de tu dedos, las plantas de tu pies, tus cabellos que vuelan con la brisa. Ocúpate hacia dentro hasta ser tu más profunda entraña, el último de tus recuerdos, el núcleo de la célula más pequeña. Invade tu cuerpo en su totalidad.

Llénate de ti mismo. Concéntrate en eso. No te dejes tentar por los pensamientos y emociones que surgen al llenar tu cuerpo. Diligentemente, deja pasar todo lo que surja y continua presente en tu totalidad. Será doloroso, divertido, placentero, frustrante, solitario. Tendrás miedo, ganas de huir de ti mismo, amor, comprensión, rechazo, vanidad. Todo eso es parte ti, de tu presencia. Llénate de eso también, que lo que surja no se tu excusa para salirte. Quédate a pesar de.

Cuando te sientas tan lleno de ti mismo que te sales por tus propios poros, siente al árbol al cual abrazas. Su olor, su textura, su presencia. Tus manos en el rugoso tronco, tus pies sobre la misma tierra de sus raíces. Tu cabeza, como su copa, asciende hacia el cielo.

Llénate de la presencia del árbol, hasta que SU presencia salga por tus poros.

Quédate allí. Quieto. Si te mueves lo molestas. El árbol medita como tú: en silencio, en quietud, se siente. Si haces lo mismo, lo ayudas. Si haces lo mismo, te das cuenta que él te ayuda. Está allí para enseñarte.

La presencia del árbol, su quietud, su paciencia, su expansión, su impasibilidad. Allí está tu aprendizaje.

En este mismo momento, llénate de ti mismo. Salte por tus poros. Siente el mouse en tu mano, el monitor frente a ti. La silla bajo tu cola, el piso bajo tus pies. ¿Estás presente?