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27.8.09
No vivir de la admiración
Hace unos días, en una charla con alumnos, hablábamos de “admirar a los maestros” y de cómo esa admiración es una forma más de las personas de sacarle energía a otras o, de manera contrapuesta, de dar pasivamente nuestra energía a otros sin tener conciencia de las consecuencias.
En cualquier ámbito existen personas que viven de la admiración. Entre los niños siempre existe uno que sobresale, por lo simpático, dulce o travieso. Entre los adolescentes, ser una figura admirada es casi el objetivo de muchos jóvenes. Pero de adultos, cuando ya deberíamos ser plenamente conscientes de lo que hacemos con nuestra energía, necesitamos ser más cautos respecto a este tema.
Es que simplemente la persona que necesita ser admirada y, para lograr ello, oculta ciertos aspectos de su vida sobresaltando otros, es una persona que necesita de la energía ajena para vivir. Cuando uno trabaja sobre su propia energía y es consciente de su cuerpo, no ve la necesidad de recurrir a la energía de otros. Es más, usar la energía de los otros se convierte en algo poco ético, por decirlo de alguna manera. Porque cuando uno comprende el concepto de energía, de cómo se transmite (se da voluntariamente o roba), como se cuida y tonifica, comprende también que obtener energía de otros no es rentable a largo plazo.
También está la contraparte, las personas que admiran. Estas personas dan voluntariamente su energía a otra persona a través de miradas, pensamientos, atención, etc. Es a veces inevitable admirar los logros de otras personas y envidiarlas un poquito. Pero sería interesante intentar aprender desde esa admiración, intentar que los logros de los otros se conviertan en metas propias y accionar en pos de alcanzarlos. Cuando aquello que admiramos se convierte en motivación propia para evolucionar estamos reutilizando la energía que entregábamos voluntariamente en nosotros mismos.
Y todo esto viene a colación de admirar a los maestros de tai chi, qi gong, meditación o ese que nos está enseñando el camino en este momento. Estas personas son, en primer lugar, personas, que para lograr enseñar lo que enseñan han transitado un camino generalmente arduo y trabajoso. Sus enseñanzas son fruto de la propia vida. Y no se puede enseñar lo que no se ha vivido, a través de las miserias y dificultados por las que pasamos todos los mortales.
Respeto a los seres que cuentan sus propios procesos de aprendizaje y evolución en vez de mostrar formulas secretas. Respeto a aquellos que me explican como lo hicieron, me dan ideas de cómo hacerlo yo y luego me dejan libremente hacer lo que yo desee con ese conocimiento.
Siempre digo que no se puede enseñar un movimiento de tai chi que previamente no ha pasado por el cuerpo propio. Enseñar tai chi es, en primer lugar, un descubrimiento. Un descubrimiento de las propias emociones y tensiones que libera cada movimiento. Si podemos relatar ese descubrimiento a los alumnos es un gran paso. Si los alumnos lo interpretan y logran ejecutar un movimiento propio, como cada uno lo necesite en cada momento, diría yo que hemos aprendido. Porque ambos aprenden, tanto maestro como alumno, al enseñar de ese lugar, sin admiración sosa de por medio. Y entonces cada uno hace su propio tai chi, sigue su propio Tao.
Tai Chi del Parque – Córdoba, Argentina – Instructora Marcela Thesz