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24.7.08

Un sólo movimiento


Se cuenta que un jovencito, a los doce años de edad, sufrió un accidente grave y los médicos debieron amputarle su brazo izquierdo. El muchacho se recuperó moralmente y cierto día, animado, decidió aprender un arte marcial apropiado para su condición. Se dirigió a un afamado instructor que vivía en la misma aldea, un hombre entrado en años.

El alumno, entusiasta y dedicado, aprendió con gran rapidez. Sin embargo, después de seis meses de práctica diaria dominaba un solo movimiento, que ejecutaba casi a la perfección. Preocupado por las limitaciones de su formación le solicitó a su maestro que le enseñara otras formas más complicadas. El sensei lo escuchó con respeto, pero le señaló que le estaba entregando todo lo que él necesitaba incorporar a su vida de combate, por lo que era fundamental que se tranquilizase y, sin quejas, siguiera perfeccionando los secretos de ese único movimiento.

Poco tiempo después el muchacho fue invitado a participar en un torneo y logró clasificarse como semifinalista. El rival a quien le correspondía enfrentarse era mayor que él, más experimentado y dueño de unas destrezas imponentes. Nada parecía favorable para que un joven lisiado tuviese una oportunidad, no ya de ganar, sino de salir ileso. Sin embrago, el maestro le exigió a su alumno consagración total a lo que le había enseñado, sin más complicaciones.

Después de una larga contienda, el vigoroso oponente comenzó a perder concentración y a fatigarse. El alumno, por su parte, continuó aplicando el único movimiento que dominaba, seguro, sin fatiga, hasta que consiguió derribar a su rival, exhausto, al suelo.
De regreso a su casa, el muchacho preguntó a su maestro, que caminaba en silencio junto a él, impasible:
- Maestro, cómo pude ganar aplicando sólo una posición de ataque?
- Aprendiste a dominar uno de los pasos más difíciles de todo el judo. La única defensa posible contra ese movimiento radica en que tu rival te tome por tu brazo izquierdo. (*)
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Ya he hablado de este tema en otras oportunidades, pero este relato me pareció muy representativo.

Muchas veces cuando se inicia la práctica del tai chi chuan, en pos de del entusiasmo inicial, queremos aprender muchos movimientos, memorizar lo más rápido posible la Forma que estamos practicando, sumar mas y mas ejercicios de qi gong. Parece lindo tener un “currículum vitae” de tai chi y qi gong que contenga una larga lista de Formas y sistemas.

La realidad es que el tai chi nos tiene que curar y si después de aprender muchas Formas seguimos enfermos (del cuerpo o del espíritu…) significa que no sabemos nada. En vez de focalizarnos en aprender mucho, debemos tratar de aprender sólo lo necesario. Y lo necesario es para cada uno algo distinto, algo personal que cada uno sabrá siendo honesto consigo mismo.

Cual es la Forma que me funciona? Esa que puedo hacer concentrado, lentamente respirando y que cuando completo varias repeticiones me siento liviano. Cual es el movimiento con el que realmente me relajo? Aquel que me permite a veces llorar y otras veces sonreír bien desde el interior de mi ser? Cuáles son los ejercicios de qi gong que me atenúan los síntomas de mi principal dolencia?
Sólo esos movimientos debemos aprender con la mayor dedicación y practicarlos en la clase y también individualmente en el propio espacio. Todo lo demás que practiquemos será para rellenar el currículum.


“El poder de lo simple transforma los puntos vulnerables en la mejor protección. Por eso es fundamental la honestidad con uno mismo, porque ella nos permite descubrir nuestra debilidad y convertirla, sin engaños, en la más segura fortaleza.” Enrique Mariscal.


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(*) Relato extraído del libro “
El poder de lo simple” de Enrique Mariscal
ISBN 9789871406036 – Ed. Zenith

Tai Chi del Parque – Córdoba, Argentina – Instructora Marcela Thesz