Se lo digo a muchos alumnos y lo pienso de muchas personas: hay personas adictas a la adrenalina que están constantemente en busca del desafío, del riesgo, de la emoción profunda, de la vida intensa. Lo simple no los conforma, no logran encontrar nada en la tranquilidad.
Yo fui así durante unos años, hace ya unos años… tenía la sensación de que mi vida iba muy rápido, mas rápido de lo que yo podía manejar. Evidentemente esto ya no es así.
Me pregunto porque ya no necesito de la adrenalina para motivar mi vida. Me gusta conducir mi auto despacio. Prefiero no apurarme, no correr ni con el tiempo ni literalmente. No necesito romper ninguna regla, ni extralimitarme porque sí. Aprecio los momentos de silencio, de quietud, de soledad. No necesito llenar mi tiempo con nada. No necesito salir o comprar o estar con alguien para sentir… o para no sentir.
Es que siento un profundo amor por mi vida tal como es (y a veces es difícil y cuesta arriba como cualquier otra). Siento un profundo amor por mi familia. Cuando uno siente ese amor incondicional lo recibe de vuelta y ya no necesita adrenalina para llenar el vacío. ¿Quién quiere adrenalina – superflua y efímera – cuando estás lleno de amor incondicional?
Encuentro placer y disfruto cada momento. Encontrar una canción que me gusta mientras estoy en el auto me motiva conducir aun mas despacio para poder escucharla. Llegar a un banco vacío en la plaza llena de gente es una oportunidad para sentarse y observar lo que me rodea.
Encuentro dolor y he aprendido a no esquivarlo porque es inevitable. Seguramente el que conduce atrás mío me tocará bocina y eso, como a todos, lástima mi ego. Observar a la gente en la plaza incluye ver pobreza, desolación, tristeza. Vivir en familia incluye ver a mi hija fracasar y a mi marido frustrarse.
Pero en la conciencia del momento presente, con el placer y el sufrimiento que éste incluye, ¿quién necesita un desafío adicional? Intentar vivir aquí y ahora es suficiente desafío.
La vida se nos pasa tan rápido que no percibimos las emociones cotidianas: agradecimiento, compañía, esperanza, un poco de paz… y huimos de aquellas que nos aterra sentir: soledad, frustración, impotencia, dolor. Eso genera un tremendo vacío. Las emociones que nos pueden nutrir, pasan desapercibidas, las que nos pueden dañar, las ignoramos y ocultamos.
Nadie quiere vivir en el vacío emocional, entonces salimos a la caza de emociones. Buscamos intencionalmente el desafío y la adrenalina para no encontrarnos con nosotros mismos, en la quietud y la turbulencia de la verdad de nuestras vidas.
El principio del camino es tremendamente doloroso: encontrarse con uno mismo y aceptarse impotente, frustrado, miedoso, agradecido o completo. Muchas veces me han dicho “me suceden tantas cosas buenas que me da miedo”. Si, incluso tenemos miedo a la felicidad.
Podemos elegir vivir una vida ficticia o elegir vivir la vida que tenemos. La meditación es un camino para encontrarnos con la propia vida y empezar a vivirla.