En la forma
auto-centrada de vivir que tenemos, a nadie le importa mucho lo que el otro
hace o logra. Y a la vez, estamos obsesionados con demostrar lo que tenemos y
lo que vamos logrando.
En una búsqueda
constante del hacer, solo queremos/podemos/admitimos ganar. Y en el círculo del
cual uno es el centro, estamos absolutamente solos en esa carrera. Y como cada
persona está auto-centrada en su propio círculo, realmente a nadie le importa
lo que gana el otro.
Ver al otro sirve
para una mera comparación que genera el impulso de ir aun más allá, pero no hay
un reconocimiento, valoración o aprendizaje de la ganancia ajena. Si el otro
ganó, yo quiero ganar más.
¿Cómo frenar la
carrera? Dejando de ganar.
Si quieres
comprometerte con el cambio que necesita el mundo, una buena manera de hacerlo
es perdiendo. Si yo pierdo nadie se compara conmigo, nadie tiene que hacer más
que yo, nadie compite.
Perder es más
simple que ganar. Genera menos. Gasta menos. Muestra la vulnerabilidad del
perdedor. Amiga, une y solidariza.
Aquellos que
siempre ganan, están bastante solos… más aun si van en la punta. Cuanto más se
alejan, menos importan, arrojando un paradójico resultado a su propia búsqueda:
ganando siempre, no se gana nada.
Nadie gana. Algunos solo pierden mas lentamente.