Este post viene en relación a ¿Cómo darse cuenta?
A continuación,
un ejemplo de iluminación sin nivel de consciencia alguno, solo a través de la relación
directa con la realidad, sin resistencia.
Hui Neng (638-713) alcanzó la iluminación muy
joven y que en su madurez predicó la enseñanza, logrando una enorme difusión del
budismo durante la dinastía Tang, una época de gran apogeo cultural. Su
exposición del budismo es sencilla, y su mensaje se centra en la inminencia,
basada en la penetración directa dentro de la naturaleza esencial de la
consciencia.
“Hui Neng, cuando
era un pobre leñador analfabeto, escuchó por casualidad el Sutra del Diamante
porque alguien en el pueblo estaba recitándolo y, al sólo escucharlo, de
inmediato alcanzó la iluminación. Supo entonces que esa persona que estaba
recitando el sutra vivía en el monasterio del quinto patriarca y decidió ir
ahí, donde al solicitar su ingresó se le asignó la labor de moler el arroz.
Un día, para
poner a prueba a sus seguidores y encontrar a un sucesor, el quinto patriarca
pidió a los monjes que escribieran un poema que expresara su comprensión del
chan. Shen Hsiu, el monje de mayor brillantez intelectual, fue el único que
aceptó el desafío y escribió su poema sobre un muro, aunque de manera anónima
en un principio.
Nuestro cuerpo el árbol de bodhi es
y nuestra mente un espejo puro y claro.
Esmérate en limpiarlo momento a momento una y otra
vez,
no dejando asentarse al sarro.
Hui Neng no sabía
ni leer ni escribir. Al escuchar que alguien recitaba esos versos, Hui Neng
respondió,
No árbol de bodhi hay,
ni la superficie de un espejo claro,
siendo todo vacuidad,
¿dónde, pues, se asienta el sarro?.
Un oficial que
pasaba por ahí le hizo el favor de escribir su poesía en la pared. Cuando el
quinto patriarca leyó los versos de Hui Neng comprendió enseguida que éste
había percibido con claridad la esencia de la mente, pero también advirtió los
peligros potenciales que podrían suscitarse a causa de los celos, si de pronto
se elevara en forma pública a la más alta posición a un joven aparentemente tan
sencillo. Borró de la pared los versos de Hui Neng, en secreto lo designó su
sucesor y lo envió de inmediato a que se ocultara.
Quince años
después, todavía escondido y sin haber sido ordenado, Hui Neng se encontró con
dos monjes que discutían acerca de una bandera que ondeaba al viento. “Es la
bandera la que se mueve”, decía uno de ellos. “No, es el viento el que se
mueve”, aseguraba el otro. “Lo que se mueve es la mente”, les dijo Hui Neng.
Cuando le
contaron esto al maestro del monasterio, él que había escuchado ya tantos
rumores sobre el sexto patriarca fugitivo reconoció que se trataba de Hui Neng
y le pidió que fuera su maestro. Así comenzó la trayectoria de Hui Neng como
uno de los más grandes maestros del chan (zen en China).
Dedicado a Santiago, fan de Hui
Neng.