Camino con alegría, esa alegría tranquila que proviene del goce de la vida. Mientras doy un paso tras otro, disfrutando este estado, recuerdo a mi amiga que está triste. Tal vez no es tristeza lo que la abruma, sino la simple dureza de la vida en momentos difíciles.
Abro mi corazón a esa dureza, que ahora sienten otros pero que también he sentido yo. No dejo de percibir a la vez, mi alegría y la expansión que esa sensación conlleva.
Una expansión que es naturalmente contrarrestada por el dolor y la sensación abrumadora con la que me conecto y que proviene de afuera de mí.
En mi corazón ecuánime ambas energías son posibles: la que me expande desde mi goce y la que me contrae desde el dolor. De una extraña y tal vez incomprensible manera, expansión y contracción están en armonía y me siento en paz.
Mi aporte al momento presente es esta alegría.
Otras veces mi aporte es la tristeza y el dolor. Si en ese momento de sufrimiento recordara abrir mi corazón, podría dejarme expandir por las alegrías y goces de otros y sentir nuevamente la ecuanimidad.
A la vez, compartir mi dolor ayudará a otros a encontrar la armonía en su corazón.
Estar presente y compartirse desde el corazón es el aporte al mundo. Sea con dolor, con tristeza, con alegría o aventuras, los corazones están conectados en una red infinita de energías de amor en la que todos colaboramos con lo que somos en cada momento.
Sin miedo, abro mi corazón para colaborar con otros y encontrar, cada uno de nosotros, la ecuanimidad.