Todo está
cambiando. Constantemente.
Lo quieto se
muere, lo no-quieto es vida.
Hace años aprendí
la punta de esta gran verdad y he tenido la oportunidad de apreciar el cambio
en primera fila de mi propia vida muchas veces. Con los años de práctica y estudio
he refinado mi conocimiento teórico y empírico sobre la idea del cambio.
El tai chi chuan
es el arte del cambio. En la secuencia de la Forma el yin y el yang se suceden
mutuamente en armonía. El tai chi es a la vez, movimiento y es quietud.
“No se puede
vivir en constante yang” es una de mis frases mas repetidas en las clases. Si
no tomamos la esfera y concentramos la energía no podemos expandirla
posteriormente. Si expandimos constantemente, nos agotamos y morimos.
El tai chi me enseñó
a ver mis momentos yin y yang y aprendí con la práctica a intercalarlos
bastante armónicamente (no siempre sale tan bien!). Del reposo al movimiento y
luego vuelta al reposo: si no descanso no puedo continuar, si siempre reposo,
no hago nada!
El zen habla de
la impermanencia. Lo único permanente es la impermanencia, que significa que
nada queda igual nunca, todo cambia. Por supuesto, el budismo atravesó China en
la época taoísta y ambas filosofías de influenciaron mutuamente.
Pararme en la
impermanencia me consuela: nada es tan malo por siempre. Este clima espantoso
va a cambiar, esta emoción que me abruma se va ir, otras cosas, otros estados
van a aparecer sin que yo tenga que hacer nada. La impermanencia me relaja. Nada
hay que hacer para que el cambio suceda, solo fluir, no resistirse a lo que tal
cual es.
Resistencia es
querer quedarse en un estado, en una polaridad (o desesperadamente no querer la
otra). El depresivo quiere seguir depresivo y el exaltado quiere seguir exaltado.
La armonía es un estado que da como aprensión, a veces le huimos, extrañamente.
Es mas fácil quedarse en el extremo que hacer el trabajo constante de retornar
al medio.
La impermanencia
también me enseñó que tampoco lo bueno es eterno y que la única forma de
apreciar todo lo que sucede es viviéndolo con atención plena. El momento
presente es el que verdaderamente importa.
Hay que
reconciliarse con todo: con la polaridad yin, con la polaridad yang y con el
equilibrio, ya que por todos esos lugares pasamos habitual y constantemente. No
ir en contra vale la pena: si está todo yin, fluir con eso, y si está todo yang
también! Así, sufrimos menos.
Todo va a cambiar
sin que hagamos nada, simplemente estando presentes en el momento presente hacemos
la diferencia.