En los inicios de
una práctica, los primeros años, tenemos una discusión interna muy infantil: lo
quiero – no lo quiero. Queremos estar haciendo la práctica pero a la vez la
negamos, decimos que no, esto no es del todo para mi, y tal vez aun así
continuamos practicando, con ese jugueteo que nos retiene del total compromiso.
Es como estar al
borde del río y meter solo los pies por unos momentos y luego salir, y repetir
esto infinitas veces: entro, salgo, entro, salgo…
Si la práctica
continúa comenzamos a ver resultados, entonces nos entusiasmamos, tenemos ganas
de practicar porque pasan cosas buenas, interesantes, positivas. Surge un
compromiso interesado por la
práctica.
Estamos en el río
mientras el agua sea cálida y la corriente tranquila.
Pero inevitablemente
la corriente de la práctica traerá tempestades. Toda práctica verdadera nos
lleva hacia la propia sombra. Si la práctica no nos lleva hacia el lado oscuro
de la propia vida, dudemos! Algo no está funcionando. Toda práctica moviliza y
nos pide cambios, nos muestra lo que no queremos ver, nos lleva conocernos en
profundidad.
Probablemente en
este punto salgamos corriendo del río como si nos amenazara un tsunami. El compromiso
se agota cuando sostenernos allí comienza a ser un trabajo mas arduo.
Muchas personas abandonan
su práctica en este punto, si es que no tienen un buen guía o maestro que los
ayude en estos momentos clave. Si tenemos la suerte de lograr ver mas allá de
la tormenta, continuamos allí.
La práctica en
medio de la tormenta es muy dura. En primer lugar porque la tormenta es propia y,
en segundo lugar, porque en un punto comprendemos que no hay forma de escapar de
ella. Podemos ignorarla por un tiempo, pasarle por el costado, pero la propia
tormenta allí se quedará hasta que nos ocupemos de ella.
Parados en medio
del río debemos observar cada gota que cae, cada viento que arremolina, cada
nubarrón que cubre el cielo, a veces con pasmoso dolor. Pensamientos,
emociones, patrones, vicios, apegos… cada elemento de la tormenta es propio y
debemos poder verlo a los ojos para así trascenderlo. De a poco nos damos
cuenta que la tormenta no es tan grande como parece.
Cuando la primera
tormenta pasa y uno ahí está, aun en la práctica, es la primera victoria. Se
siente maravilloso haberse conquistado! Pronto llegarán otras tormentas, de
distintas intensidades y duraciones. Cada una es un desafío. El desafío es
quedarse.
Entonces dejamos
de quejarnos, de condicionar la práctica a los resultados positivos. Nos quedamos,
independientemente de lo que suceda.
Y empieza a
suceder nada. La práctica se achata, como el agua que sin viento, sin impulso,
no fluye. Es desesperante mantenerse en la quietud, esperando una tormenta o una
revelación, algo que movilice este aburrimiento exasperante!
En el río quieto
nos aburrimos completamente y comenzamos nuevamente a querer no estar ahí. Quisiéramos
estar donde está la acción. Al fin y al cabo somos conquistadores! Hemos aceptado
desafíos y recibido revelaciones. Donde está la próxima tormenta?
El desafío es ahora
pasar por el desierto exasperante de la práctica amesetada, a veces con la sensación
de caminar sin fin hacia ningún lado, y así todo continuando. La fe en la práctica,
el compromiso antes construido, aquí entran en juego. Practicas con tu
expectativa, practicas con tu desesperación ante lo que no sucede, practicas
con tu búsqueda y te empiezas a rendir. La realidad siempre le gana a la mente
y en algún punto, te rindes y dejas, porque no hay nada! Sueltas, abandonas, te
entregas, te hundes…
Cuando ya no
buscas, verdaderamente estás practicando. Cuando ya no esperas, te empiezas a
quedar en el momento presente. Cuando dejas la expectación al resultado y te
entregas completamente a la práctica, te sorprendes de lo que hay en ti y todo es
la práctica.
Esa es la
práctica madura. Apenas saliendo de la adolescencia pues aun le falta crecer
mucho mas. Pero suficiente: ya no te quejas, ya no esperas, no condicionas, no
te anticipas, no manipulas.
Simplemente practicas.
Caminas con el agua.