Nunca nada se
repite. Todo lo que hacemos, cada vez que lo hacemos, es novedad.
Los días martes
doy 3 clases: mañana, mediodía y tarde. Son de chi kung. Lunes a la noche
diseño la clase, armo una lista de 10-12 movimientos, que incluso esta vez pegué
con cinta a la pared para poder seguir mi propio plan. Iba a ser un día ocupado
y mi mente podía olvidarlo todo sin querer.
Y el instructor,
aquel que se para frente a la clase, no puede funcionar como un autista, solo
prestando atención a sus propias ideas e intenciones. Yo no enseño así,
prefiero conectarme con quienes están en la clase y dejarme llevar, dejarme
modificar.
Entonces la clase
inicial que tenía anotada cambia sola en función de quien la toma. Varío sutilezas
en algunos movimientos, saco uno y agrego otro de mi lista, ya que en ese
momento siento que alguien necesita hacer algo especifico. Y en la clase
siguiente, vuelvo al plan original, o no... aprovecho el cambio y lo profundizo.
Lo que voy
diciendo en la clase, explicando sobre cada movimiento también va cambiando. En
una clase dije una cosa, en la siguiente clase dije otra cosa y en la tercera,
otra explicación diferente. Todas válidas, todas útiles para quienes las estaban
escuchando. Vaya a saber por qué digo lo que digo, pero no cuestiono y lo digo,
cuando estoy segura de que surge de la conexión con mis alumnos y no de mi ego
de instructora.
Creo realmente
que la energía de los alumnos es la que manda, es la que me lleva a decir o no
decir tal o cual frase, a explicar o enfatizar un determinado concepto. Es la
necesidad de la persona, expresada en su energía, la que le indica a mi energía
qué hacer.
Un instructor con
esa apertura es un servidor, está al servicio de la clase y no autodeterminado
por sus ideas.
Todos respiramos
diferente, nos movemos diferente, sentimos diferente y nuestra energía se
estanca de distinta manera. Y fluyo con la diversidad de mis alumnos y no
pienso “este movimiento hoy ya lo he repetido 500 veces”. Cada vez que lo
enseño a alguien sirvo a ese momento. Entonces cada vez que hago, me estoy
inaugurando, soy novedad.
Aun cuando
repito, nunca me repito. Estoy plenamente presente en lo que estoy haciendo y
diciendo y a la vez, no lo planifico, lo hago y me sorprendo. Me dejo
sorprender.
Y así, una clase
son tres clases distintas, un movimiento es millones. Todo es nuevo, siempre.
“En la mente de
principiante hay muchas posibilidades.
En la mente del experto, muy pocas.”