No hay forma que
pueda ayudar a otros si antes no me ayudo a mí misma. Y para ayudarme a mí
misma primero necesito saber qué necesito, y luego… dármelo.
Ayudar no es
encontrar soluciones mágicas. No hay palabras o frases perfectas que sacan de
la desesperación. Ayudarse es irse a lo básico del problema.
Primero, tiempo
conmigo misma. Como dos personas que se enamoran y quieren estar juntas todo el
tiempo, sin hacer mucho, simplemente juntas. Debo enamorarme de mí y quererme
en todos mis aspectos. Lo enamorados no se fijan en los detalles negativos,
todo es color de rosa.
Segundo,
resistirme a abandonarme cuando las cosas se ponen feas. No dejamos al novio a
la primera de cambio (a veces sí!). Me ayudo a mí misma quedándome conmigo en
todo momento. No me escapo de lo que soy o de lo que se me presenta.
Tercero, no me
juzgo, no me critico. Tomo lo que soy con apertura, sin que mi discurso mental
invada mi totalidad. Todas las ideas sobre lo que puedo – o no puedo ser, las
abandono y simplemente soy, con lo que es.
Cuarto, abro mi corazón
a que suceda lo que deba suceder. Entrego mi poder (ese que creo que tengo y
con el que creo que puedo controlarlo todo) a las fuerzas superiores, dejo que
alguien más me guie, me ayude y me abro a que eso suceda, confiando en que todo
será para bien.
Y quinto, me doy.
Me doy presencia, me doy compañía, me doy amor, me doy confianza, me doy
tiempo, me doy silencio, me doy quietud, me doy sonrisas, me doy sueños, me doy
cambios… El vehículo de eso serán diferentes cosas, si estoy conmigo misma sé
qué necesito y entonces se qué darme.
Compasión es “acompañar
con el corazón” y uno primero se acompaña a sí mismo en todo. Cuando tenemos
tiempo para nosotros mismos, tenemos tiempo para otros. Cuando no escapamos del
propio sufrimiento, tampoco escapamos en el sufrimiento ajeno. Cuando no nos
juzgamos, tampoco juzgamos a otros. Cuando abrimos el corazón, lo hacemos para
toda la humanidad y cuando nos damos, damos.
Soy compasiva
conmigo, me ayudo.