“Hablando en general, cualquier tipo de incomodidad nos
suele parecer una mala noticia. Pero para los practicantes del camino o
guerreros espirituales —la gente que tiene cierto hambre de conocer la verdad—
los sentimientos como la decepción, la vergüenza, la irritación, el
resentimiento, la ira, los celos y el miedo, en lugar de ser una mala noticia
son en realidad momentos de gran claridad que nos enseñan dónde estamos
pillados. Nos enseñan a erguirnos y seguir adelante cuando preferiríamos
colapsar y retirarnos. Son como mensajeros que nos muestran, con una claridad
terrorífica, el lugar exacto donde estamos atascados. Este mismo momento es el
profesor perfecto y, por fortuna, está con nosotros allí donde estemos.
Podemos considerar que los sucesos y las personas que activan
los asuntos irresueltos de nuestra vida son una buena nueva. No tenemos que ir
en busca de nada, no tenemos que tratar de crear situaciones para llegar al
límite; ya ocurren por sí mismas con la regularidad propia de un mecanismo de
relojería.
Cada día se nos dan muchas oportunidades de abrirnos o de
cerrarnos. La oportunidad más preciosa se presenta cuando llegamos a ese lugar
donde pensamos que no podemos con lo que está pasando, que es demasiado, que
las cosas han ido demasiado lejos. Nos sentimos mal con nosotros mismos pero no
tenemos forma de manipular la situación para preservar nuestra autoimagen; por
mucho que lo intentemos, simplemente no funciona. Básicamente, lo que ha
ocurrido es que la vida nos tiene clavados.
Es como si te miraras al espejo y vieras un gorila. El
espejo está delante de ti, te miras a ti mismo y lo que ves tiene un aspecto
horrible. Tratas de mirarte desde otro ángulo para cambiar de aspecto, pero
hagas lo que hagas sigues pareciendo un gorila. A eso se le llama estar clavado
por la vida a ese lugar en el que no tienes otra elección que aceptar lo que
está pasando o retirarte.
La mayoría de nosotros no solemos considerar que estas situaciones
tienen algo que enseñarnos; las odiamos automáticamente y huimos de ellas como
locos, empleando todo tipo de vías de escape: todas las adicciones surgen de
ese momento en el que llegamos al límite y no podemos soportarlo. Sentimos que
tenemos que suavizarlo, acolcharlo de alguna manera, y nos hacemos adictos a
cualquier cosa que parezca aliviar nuestro dolor. De hecho, el materialismo
rampante que vemos en el mundo es producto de esos momentos. Soñamos con muchas
formas de distraernos de este momento, de suavizar la dureza de su filo, de
amortiguarlo para no sentir el pleno impacto del dolor que sentimos cuando no
podemos manipular la situación para mantener nuestra mejor apariencia.
La meditación es una invitación a notar el momento en el que
llegamos al límite y a no dejarnos arrastrar por la esperanza o por el miedo. A
través de la meditación podemos ver con claridad lo que está ocurriendo con
nuestros pensamientos y emociones, y también podemos dejarlos ir. Lo bueno de
la meditación es que, aunque nos cerremos, ya no podemos cerrarnos de manera
ignorante, porque vemos claramente que lo estamos haciendo y este mismo hecho
empieza a iluminar la oscuridad de la ignorancia. Podemos ver cómo corremos,
nos ocultamos y nos mantenemos ocupados para no tener que dejar que nos
penetren el corazón. Por otra parte, la meditación también nos permite
encontrarla forma de abrirnos y relajarnos.
Básicamente, la decepción, la vergüenza y todos los demás espacios emocionales donde no podemos sentirnos bien son una especie de muerte. Hemos perdido completamente nuestra base, el lugar al que aferramos; somos incapaces de mantenerlo en su sitio y de sentirnos por encima de las cosas. En lugar de darnos cuenta de que la muerte es necesaria para que exista el nacimiento, nos limitamos a luchar contra el miedo a la muerte.
Llegar a los propios límites no es ningún castigo. En
realidad, sentir miedo y temblores cuando estamos cerca de la muerte es una
señal de salud. Otra señal de salud es no quedarnos deshechos por el miedo y el
temblor, sino tomarlos como un mensaje de que ya es hora de cesar la lucha y de
mirar directamente a lo que nos está amenazando. Ciertas emociones, como la
decepción y la ansiedad, nos avisan de que estamos a punto de entrar en territorio
desconocido. (…)
El camino espiritual implica ir más allá de la esperanza y
del miedo, entrar en territorio desconocido, avanzar continuamente. El aspecto
más importante del camino espiritual puede ser simplemente seguir moviéndose.
Generalmente, cuando llegamos a nuestro límite (…) quedamos congelados de
miedo. Nuestros cuerpos se quedan congelados y nuestras mentes también.
¿Qué hacemos con la mente cuando nos encontramos con nuestro
rival? En lugar de quejarnos o rechazar la experiencia, podemos dejar que la
energía de la emoción, la calidad de lo que estamos sintiendo, nos atraviese el
corazón. Esto es más fácil de decir que de hacer, pero es una manera noble de
vivir. Se trata, en definitiva, del camino de la compasión, el camino de
cultivar la valentía y la bondad de corazón. (…)
El lugar más seguro y protegido para empezar a trabajar en
este sentido es durante la meditación formal. Sentados en meditación empezamos
a vislumbrar las claves de no ceder ni reprimir, así como la sensación que nos
produce dejar que la energía esté simplemente ahí. Por eso es tan bueno meditar
cada día y seguir haciéndonos amigos de nuestros miedos y esperanzas una y otra
vez. Así sembramos la semilla que nos permite estar despiertos en medio del
caos de lo cotidiano. El despertar es algo gradual y acumulativo. No nos
sentamos en meditación para convertirnos en buenos meditadores, sino para estar
más despiertos en nuestra vida cotidiana.
La primera cosa que ocurre en la meditación es que empezamos
a tomar conciencia de lo que ocurre. Aunque sigamos huyendo y siendo
indulgentes, podemos ver claramente que lo hacemos. Uno pensaría que el hecho
de ver las cosas claramente las haría desaparecer, pero no es así. Por tanto,
durante largo tiempo simplemente vemos las cosas con claridad. En la medida en
que estamos dispuestos a ver nuestra indulgencia o nuestra represión con
claridad, empiezan a perder fuerza y desgastarse, aunque desgastarse no sea lo mismo
que desaparecer. En su lugar empieza a surgir una perspectiva más amplia, más
generosa, más iluminada.
La forma de mantenerse en el punto medio entre la indulgencia
y la represión es reconocer lo que surge sin juzgarlo, dejando que los pensamientos
simplemente se disuelvan; después volvemos a la apertura del momento presente.
Esto es lo que hacemos durante la meditación: surgen multitud de pensamientos,
pero en lugar de suprimirlos u obsesionarnos con ellos, los reconocemos y los
dejamos pasar, y a continuación volvemos a estar simplemente aquí.
Después de cierto tiempo llegamos a relacionarnos meditativamente
con las esperanzas y miedos de nuestra vida diaria. De repente, dejamos de
luchar y nos relajamos. Dejamos de hablarnos a nosotros mismos y volvemos a la
frescura del momento presente.
Y esto es algo que va evolucionando gradualmente, pacientemente,
a lo largo del tiempo. ¿Cuánto dura este proceso? Yo diría que dura el resto de
nuestra vida. Básicamente seguimos abriéndonos más, aprendiendo más, conectando
con las profundidades del sufrimiento y de la sabiduría humana. (…)
Al practicar la meditación no estamos intentando estar a la
altura de ningún ideal; muy al contrario, nos quedamos con nuestra experiencia
tal como es. Si experimentamos que a veces tenemos cierta amplitud de
perspectiva y otras veces no, bueno, pues ésa es nuestra experiencia. Si nos
ocurre que a veces podemos acercarnos a lo que nos da miedo y otras no, ésa es
nuestra experiencia. Seguimos una instrucción muy profunda: «Este mismo momento
es el profesor perfecto porque siempre está con nosotros.» La enseñanza es ver,
simplemente, lo que está pasando. Podemos quedarnos con lo que está pasando y
no disociarnos. El despertar se encuentra en el placer y en el dolor, en la
confusión y en la sabiduría, está disponible en cada momento de nuestra
extraña, insondable y ordinaria vida cotidiana.”
Extracto del libro “Cuando todo se derrumba” de Pema Chödron.