Muchas veces,
pero muchas veces la mente se adueña de nosotros. Creemos que lo que dicta la
mente es lo real. Estamos tan identificados con nuestros pensamientos e ideas
que creemos que en nuestra cabeza está la vida y que lo que estamos viviendo no
es real. Si, definitivamente muchas veces alcanzamos esos niveles de confusión.
La mente funciona
a toda velocidad. Las conexiones neuronales que generan los pensamientos
suceden en milésimas de segundos. Toda una cadena de pensamientos surge en
nuestra mente y crea una completa realidad paralela en menos de un minuto.
Pretendemos que nuestro cuerpo siga a la mente, que lo tangible se convierta en
intangible y se mueva a la velocidad de la luz. Sabes, eso es imposible!
El cuerpo es mas
denso, mas tangible y mucho mas consistente que cualquier pensamiento que
podamos tener. Al cuerpo lo podemos tocar, oler, saborear, oír (cuando la panza
hace ruido!) y ver. A los pensamientos solo los podemos pensar. Los procesos
energéticos de equilibrio y desequilibrio suceden en el cuerpo, las emociones
se sienten en el cuerpo y lo alteran químicamente, incluso los pensamientos
terminan reflejados en el cuerpo, enfermándonos o movilizándonos de alguna
manera.
Y el cuerpo tiene
su velocidad, que muchas veces es terriblemente mas lenta que la mente. Es como
la carrera de la tortuga y la liebre: cuerpo vs. pensamientos. Y como en esa
fabula, también en este caso gana la tortuga, es decir el cuerpo.
Los ritmos del
cuerpo son los que debemos seguir y dejar de lado la idea de que la mente
maneja las cosas, cuando en realidad es por el cuerpo por donde pasa nuestra
vida. Lo mas consistente, lo mas sólido siempre gana y así el cuerpo tiene
siempre la razón ante los pensamientos. Por supuesto, no nos gustan esto ritmos
mas lentos, porque la mente nos demandará siempre velocidad, resolución.
Tenemos una incapacidad de vivir en la incertidumbre muy grande y darle la
razón al cuerpo es tomar un camino incierto, porque durante un periodo de
tiempo no sabremos que va a suceder.
Debemos aprender
a confiar en nuestro cuerpo, a habitarlo, a ayudarlo y agradecerle la
posibilidad que nos da de transitar esta vida a través de él. El cuerpo nos
enseña, nos marca el camino y sabe absolutamente y con certeza lo que debemos
hacer, así que solo tenemos que seguirlo, a su ritmo.